15 dic 2009

Notas y notas y más notas sobre el cinematógrafo de Robert Bresson



Antes que nada, las notas son/es una “nota”: palabra que navega y en sí misma revela su anotación y viaje. Divaguemos entonces por donde la “nota” nos señala para encontrar acaso felices y mejores tierras. Nota es la señal de un reconocimiento; es la advertencia visible frente a una experiencia invisible por fugaz e irrepetible; es un apunte insoslayable ante un hecho particular acaso tanto o más insoslayable; es, al final, la conciencia del paso de la praxis al logos mínimo (siempre la nota es pequeña en su expresión verbal) y que, precisamente desde el entendimiento del gran mutismo u hoja en blanco que la rodea, aclara mejor el cuerpo enfrentado a cierta experiencia inabarcable. En suma, una nota es el reconocimiento de la palabra inevitablemente escasa ante lo innombrable, ante aquello que se vive y no puede escribirse del todo (ni quiero pensar en la relación que la nota guarda con la poesía porque sería de nunca acabar). De ahí que la nota también suponga ser el signo que representa un sonido, que representa con un triste garabatito un hecho sensorial no apto para otra cosa que no sea el cuerpo que escucha o el cuerpo que ejecuta -se entenderá: cuerpos que se sienten patéticamente, con compasión (la etimología dice que “compasión” significa “sentir (pathos) con el otro”).

Desde ahí entender la nota en su relación con el cine o, más precisamente, con el cinematógrafo -como Bresson lo quisiera- no parece ser nada casual. (Porque acaso nosotros practicantes iniciantes del cinematógrafo ¿no queremos ser cuerpos afectados que afectan a otros cuerpos?, ¿hasta las lágrimas?, ¿hasta la risa?, ¿o hasta la enérgica y repentina llegada de un tomate y posibles demás legumbres de las que Buñuel, piedras en mano para su protección, alguna vez confesó temer?).

La lucidez de Bresson quizás ya se atisba: no escribió notas o sea recortes, hizo del recorte una fuerza que acompañó durante veinte y cinco años su producción cinematográfica. Un juego doble que parecería ser el mismo pero en versión, en otra nota, al estilo de un contrapunto musical. Así Bresson se inserta en una tradición escritural que recuerdo con cariño, tradición que recuerda a los Pensamientos de Pascal, a los Aforismos de Nietzsche, a las anotaciones que recorren toda la obra pesimista de Cioran y sobre todo a los Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes. Señores todos estos queridos hasta la médula por proponer la ruptura de la linealidad y la organización racional, metódica, canónica, “objetiva” para proponer otra cosa, otra experiencia de lectura-vida. Eso otro: la adorable dispersión, el acto desestabilizador cuando el lenguaje se deja llevar por el sujeto, y nunca al revés (es cierto nomás que hay libros que no son objetos, sino casi casi sujetos).


Cuando se lee el libro de Bresson sucede eso: los fragmentos se apoderan de uno sin orden ni jerarquía, uno se enfrenta a cierto descuartizamiento propio de la vivencia, propio del cuerpo y sus sudores y su desconcierto frente a su sensibilidad desordenada (simultánea, más precisamente) por principio. Por eso, creería que Bresson busca más lo orgánico que la organicidad en su escritura (algo que no deja de confirmarme sus películas; escrituras éstas de imágenes y sonidos). Y por eso la lectura debiera seguir ese mismo recorrido misterioso alentado por no sé qué impulso, por no sé qué práctica que sin duda está más del lado de la bibliomancia que de la bibliografía. Quiero decir: este libro pide que se lo lea siguiendo las rigurosidades del desorden y el caos, saltando páginas sobre un pie o sobre un dedo, asumiendo la fragmentación como estado feliz. Y uno se siente tan feliz.


Hoy por hoy, siendo que las miradas me atañen y provengo de una borrachera que me hizo desentender de mis propios ojos, Bresson me regala esta nota: “Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas. ¿Razón por la cual uno se equivoca sobre el color de los ojos?”. ¿Cómo entender esto en relación con el cine, con algo que debería preocuparme más que los vericuetos amorosos? ¿Es que el uso del color es lo de menos?, ¿lo mismo que la forma, la composición de un encuadre? No, no es que no importe, sino que mantener la atención exclusivamente a ese nivel puede acarrear un equívoco: decir que la fotografía de una película es buena o mala no basta, o no revela su verdadera importancia. La ”mirada” de una película, su sinceridad, capaz espera en otro lado, en algún lugar que por suerte todavía desconozco. Existe algo claro, sin embargo: con esta nota creo que Bresson quiere decir que hay que hacer películas que miren, y no películas que sean miradas.








3 comentarios:

  1. en la página principal mi texto se expresa en lenguaje extraño.... rarito no? sin duda, pero él sabrá que hace con su vida....

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  2. la envidia por escribir tan tan tan tan tan tan tan tan tan tan tan tan tan bien es insuperable... deli seguí así que le estás subiendo la profundidad intelectual al blog! ajjaajaj

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