21 abr 2011

Acerca de mi Más Patético Despertar


Se trataba de la despedida de Sánchez, pues se iba a estudiar por un año a Ámsterdam, y dicho evento se celebró un viernes de agosto de 2005. Estábamos en Chapinero Alto, en la casa de Ana Tévez el susodicho Sánchez, Roberto, Carolina Jaramillo, un man más que acompañaba a ésta última, Ana Tévez y el suscrito. Estuvimos oyendo rock en español, sentados en el suelo, comiendo empanadas, patacones y fritos similares con ají, pasando con Tang® de naranja, y tomando aguardiente. Recuerdo que la tal Carolina Jaramillo, sin estar borracha y muy temprano en la noche, le lanzó un cuchillo al joven Sánchez sin ningún motivo y sin dar una explicación satisfactoria al respecto.

Efectivamente, estábamos todos sentados en el suelo, comiendo y bebiendo, cuando Sánchez vio la necesidad de usar un instrumento adicional para untar de ají a sus empanadas, como por ejemplo una cuchara. Carolina Jaramillo, pues, se ofreció a pararse y buscar una cuchara, y al cabo de unos segundos, estando ella parada y Sánchez sentado, le tiró un cuchillo, como si la intención fuera que Sánchez lo atrapara en el aire. Naturalmente, éste en medio de la sorpresa y mientras masticaba una empanada, vio cómo el cuchillo se dirigía a él y finalmente cayó sobre su regazo, sin haber generado ninguna herida.

Atónitos todos los presentes, dirigimos nuestras miradas a Carolina Jaramillo, quien no paraba de reír, y quien todavía permanecía de pie. “Ay, Ana, es que no encontré las cucharas entonces traje un cuchillo…” fue lo único que atinó a decir. Ana Tévez se levantó asombrada y buscó en la primera gaveta de la izquierda, donde generalmente se encuentran estos utensilios y ciertamente no había una sola cuchara. Pero al lado del fregadero de la cocina se encontraban unas cuantas cucharas, ya secas, que Carolina Jaramillo debió haber divisado sin problema alguno. Cuando Ana Tévez volvió con la cuchara, Carolina Jaramillo se sentó mientras volvía a estallar en risas, y todos los demás, incluido el estupefacto acompañante de ésta, decidimos ignorar de momento dicho evento por el resto de la velada.

Ya bien entrada la noche y bien entrados los tragos, recuerdo que estuvimos cantando en un tono asaz descoordinado “La Despedida” de Fito Páez, como una sucia, oxidada y borracha orquesta. Al terminar dicha canción, ya se hacía claro que la fiesta había acabado y todos debíamos dormir. Carolina Jaramillo y su acompañante cuyo nombre no recuerdo se habían marchado mucho antes de tal espectáculo, y Roberto y yo nos quedamos a dormir en la sala del pequeño apartamento de Ana Tévez, aunque no recuerdo si esta situación se había acordado así desde el principio o si fue algo improvisado, dado el patético estado de borrachera en el que nos encontrábamos. Se me ocurre que el plan inicial era que yo iba a pasar esa noche en la casa de Roberto, quien en ese entonces vivía bastante cerca, pero terminamos ahí mismo, en el escenario principal de la despedida.

La anfitriona sacó un colchón, unas sábanas y un par de almohadas para Roberto y para mí, acto seguido ella entró en su cuarto con Sánchez y ambos se despidieron, previo a cerrar la puerta tras ellos. Acto seguido, tanto Roberto como yo nos echamos a dormir, o al menos eso me pareció.

Un par de horas después, aproximadamente a las seis de la mañana, no hubo más remedio que abrir los ojos y despertar. Las cortinas que cubrían las ventanas, las cuales daban directamente al Oriente de Bogotá, en efecto sólo servían para obstruir la visibilidad del ojo humano, mas no al rey sol, quien entró y cubrió de luz toda la sala sin pudor alguno, como Pedro por su casa.

Lo primero que sentí fue que mi vejiga estaba bastante llena y ansiosa por liberarse, así que me restregué los ojos con ambas manos y procedí a ponerme de pie. El apartamento tenía a mis espaldas las mencionadas ventanas, a mi izquierda el comedor y la cocina, en frente a la izquierda tres puertas, y en frente a la derecha la puerta principal, la que daba entrada al apartamento, y en frente de ésta un sofá azul, es decir, a mi izquierda.

Lentamente caminé hacia delante, y de entre las tres puertas que estaban juntas escogí la primera de izquierda a derecha. Procedí a abrirla y efectivamente se trataba del baño, tal como yo creía recordar en el momento. La de la mitad era la del cuarto de Ana Tévez, y la del extremo derecho era la de su hermana. Parado enfrente del inodoro, pues, intenté bajarme el pantalón para orinar, y de repente noté que no tenía nada qué bajarme, pues mi desnudez era absoluta.



!!!

Entré en un estado inicial de conmoción, pues era la primera vez que me demoraba tanto en percatarme de mi desnudez, y no es mi costumbre dormir así. Sin embargo me calmé, evacué mis líquidos en el inodoro, tratando de hacerlo antes de que alguien más viera cómo soy en realidad. Instintivamente, al terminar, mandé la mano a soltar el agua del tanque, pero me detuve justo antes de llegar. Soltar el agua ante tan sepulcral silencio podría alarmarlos a todos, pero la idea de dejar mis heces flotando por ahí tampoco era (¡ni es ni será!) agradable, así que di un respiro hondo y solté el agua.

Abrí la puerta, sintiendo el sol mañanero quemándome los ojos al mismo tiempo que empecé a sentir un extraño frío en todo el cuerpo, frío que no había sentido ni durante el agasajo ni durante la noche. Naturalmente, el efecto del alcohol se estaba evaporando y rápidamente mi cuerpo estaba empezando a desatrasarse de todo el frío de debí haber sentido en mi desnuda noche.

Además del sol mañanero, vi a Roberto tendido en el colchón, dormido todavía, y en frente de la puerta principal encontré un morro de ropa, donde alcancé a identificar mi pantalón, de modo que me dispuse a ponérmelo de nuevo. Me puse los bóxer y el pantalón sin problemas, pero debajo, al levantar mi camisa, vi una horrible sorpresa en ella: Vómito, horrible, putrefacto y anaranjado, esparcido en mi camisa, en mis medias y según vi inmediatamente después, en la punta de mis tenis, los cuales yacían al pie del sofá, justo al lado de una piscina producida por mis tripas, según me pareció en el instante. Solté la camisa de inmediato y me llevé la mano derecha a la boca, estupefacto, pues nunca antes me había asqueado tanto con mis propios deshechos.

Reflexioné un instante… ¿Será éste mi vómito? En aquel momento no sentía traumas post-nauseabundos, pero el vómito estaba solo en mi ropa. Roberto estaba vestido y dormido, sin charcos putrefactos en su rededor. Me vi obligado a recapitular y tratar de recabar más a fondo en mis memorias.

Lamentablemente para mí, para Ana Tévez y quien quiera que se haya encargado de la situación a fondo, en realidad no me dormí inmediatamente después de que ella entró a su cuarto con Sánchez, al final de la celebración. En efecto, la mezcla de aguardiente con Tang® de naranja generó una abominable reacción en mi aparato digestivo y tuve la necesidad de desparramar dicho producto gástrico en el lugar más cercano posible. Aparentemente mi borrachera no me dejó buscar un lugar más apropiado que el espacio enfrente del sofá azul de la entrada.

Parecía lógico que ni siquiera en mi más enlagunada borrachera yo pudiera soportar el hedor de mi propio vómito, por lo que no sólo me quité la contaminada camisa, sino también los tenis, el pantalón, los bóxer y las medias, para mayor seguridad.

No recuerdo qué pasó después de ese momento, pero ya no importaba. Lo importante es que el vómito era mío y yo debía limpiarlo. Un poco desorientado por las asquerosas piscinas digestivas que dejé, me dirigí a la cocina para buscar algo con qué limpiar, y lo primero que vi fue un viejo trapo de lana colgado en el tendedero de la ropa, para empezar a fregar el suelo, y un recogedor de basura, y fue con estas herramientas que me dirigí a la escena del crimen y empecé a limpiar, dada la ausencia de otras más aptas para la tarea.

Admito que un par de veces, con motivo de sendas borracheras, vomité en las calles de mi pueblo natal, pero esta era la primera vez que vomitaba en una casa sin usar el baño, lo cual me hacía sentir bastante mal, sin contar con que cada segundo que pasaba me hacía sentir más y más frío, pues descalzo en aquel suelo de embaldosado, sin camisa y sintiendo en un instante todo el frío que debí haber sentido y que ciertamente acumulé en mi desnuda noche.

Cuando ya estaba a punto de terminar, solté un momento el trapo y me senté en mis piernas para descansar un momento, sintiendo, además del frío, la desazón del guayabo y el oxidado sabor a aguardiente con Tang® en mi boca y garganta, que por poco despertó nuevas náuseas, por lo que traté de concentrarme en terminar de limpiar mis evacuaciones orales. Sin embargo, al retomar el “trapo” de lana con que estaba limpiando, noté que tenía una abertura bien definida, y que tenía un fondo bien definido, como si fuese una media.

Efectivamente, se trataba de una media bastante femenina y que ya había absorbido una gran cantidad de jugos gástricos procesados. Dirigí una mirada al tendedero y vi que, efectivamente, otra media igual a la que tenía en mi mano yacía tendida ahí.


!!!

Me quedé sin palabras y sin pensamientos por unos diez segundos. Se trataba de un par de medias, tal vez de titularidad de Ana Tévez o de su hermana. No obstante, ya el daño estaba hecho, de modo que un poco más de vómito no haría diferencia alguna en la ya estropeada media, por lo que continué limpiando el suelo y mis tenis para dejarlos lo más limpios que pude, dada mi patética condición.

El siguiente paso a estas alturas era llevar el recogedor de basura y descargarlo en el fregadero, lo cual me pareció lo más sensato en ese momento. Descargué, pues, el abominable producto de mi ser en el fregadero, y el miserable se quedó ahí. Abrí la llave del agua, y nada que el miserable se dejaba evacuar. Ante este escenario fue que escuché el saludo de Sánchez, quien venía de atrás, e indagó por el estado de mi patético ser. Me di vuelta para saludarle, sin levantar la cabeza por supuesto, y aquél, al ver tan repugnante espectáculo estalló en risas.

Le relaté a Sánchez lo que hasta ahora he relatado a ustedes, y no paraba de reírse de mí. Roberto despertó, y Sánchez le relató lo ocurrido, riendo también, pero sólo después de darse cuenta y cerciorarse de que él se encontraba limpio, libre de mis productos líquidos. Fue en este momento que Sánchez confirmó que la media que usé era de la hermanita de Ana Tévez, a quien yo jamás había visto en mi vida.

Ya con más que suficiente ilustración, Sánchez me prestó una horrible camiseta amarilla para cubrirme medianamente del frío al igual que unas medias, al tiempo que me ofreció desayuno, todo esto sin dejar de reír y hasta lagrimeando. A este último ofrecimiento me fue imposible acceder, pues la sola idea de ver a Ana Tévez después de semejantes desfachateces revolvía y restregaba mi ego contra mi propio vómito. El tal Sánchez trató en vano de convencerme que todo lo que me había ocurrido era perfectamente normal y que a Ana Tévez no le iba a importar, pues precisamente el sábado era uno de los días que su empleada iba a la casa a hacer el aseo.

Así fue como procedí a irme de la casa de Ana Tévez, deseándole muchos éxitos a Sánchez en su travesía por los Países Bajos, a eso de las 8:00am del que fue uno de mis más horribles y desperdiciados sábados en la historia. Roberto, quien no tenía nada de qué avergonzarse, sí se quedó a prepararse desayuno. Caminé algo desorientado a una estación de transporte masivo, donde el solo roce de mi piel con la ropa que llevaba me producía un frío que me hacía tiritar como a una caricatura, el frío más perturbador que he sentido en toda mi vida. Un casi insoportable rato después llegué a la última estación; allí bajé y me dispuse a esperar por un buen tiempo el bus intermunicipal que finalmente me llevaría a casa.




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