15 sept 2009

Todas las hormigas rojas y hermosas con Lynch









En una entrevista que le hicieron quién sabe qué año (pero ya cuando era completamente consagrado, posiblemente después de filmar Mulholland Drive), David Lynch cuenta sobre su infancia de la manera acaso más lúcida que nunca escuché. Describe sus años en Montana de la forma más convencional: el amor a la madre, la admiración al padre, la casa familiar, en suma, perfecta, visiblemente organizada, pulcra y bañada de sol. Recuerda especialmente un día de domingo en que la familia Lynch disfrutaba de un ameno almuerzo en el jardín, todo el protocolo -porque al final la familia es un protocolo social-  que lo hacía sentir seguro y protegido. Pero el avisado niño Lynch de pronto e inocentemente miró hacia abajo, hacia el césped (acaso dirigió la mirada hacia un efectivo infierno ahí latente) y observó que en medio de toda esa estabilidad un par de hormigas rojas (posiblemente venenosas) gestaban una calamidad, infestaban el perfecto cuadro familiar de una manera irremediable. Lo otro, lo horroroso, se apoderaba de la vida de una manera casi imperceptible -tan imperceptible que los “buenos” padres ni siquiera lo advirtieron. Entonces Lynch dice en la entrevista: “I discovered that if one looks a little closer at this beautiful world, there are allways red ants underneath”. Eso fue todo. Fue la experiencia, mínima y enorme a un mismo tiempo, que posibilitaría el siniestro, incómodo, irresoluble y hermoso cine de Lynch. 

Años más tarde experimentaría otra horrorosa-hermosa visión: siendo muy joven sueña con que es padre; los hijos que procrea son todos deformes, totalmente “freaks” (como él los llama), algunos casi insectos, con antenas y patas traseras extrañas, otros animalizados, balbuceando sonidos sin duda de otro mundo (él asegura que le gritaban “Daddy!, Daddy!”). A lo que me pregunto, ¿acaso Lynch cuando miró aquel césped de la casa de la infancia observó, en esas hormigas rojas, su progenie que le sería revelada sólo años después en un sueño? O, un poco más allá, ¿no pensó que por ser hijo él era una de esas hormigas? Nadie sabe.    

Lo cierto es que pasan los años, Lynch estudia Artes (sus cuadros de técnica mixta son abstractos, de tanto en tanto con insectos incrustados y demás “cosas vivas” (se entenderá el doble sentido de la expresión “técnica mixta”: un bello mundo de pintura con insectos “underneath”)), hasta que ingresa al audiovisual con “Six figures getting sick (six times)” de 1966 (sobre la aterrorizadora coincidencia de los números algún otro día escribiré). Ese corto de animación y “The Alphabeth” de 1968 le dan la posibilidad de conseguir el financiamiento de lo que sería la obra más importante -según yo- para entender todo el constructo de su cinematografía posterior: “The Grandmother” de 1970.  

En el 2002 alguien, a quien agradecemos entrañablemente todos los fans del Maese Lynch, decide reunir todos los cortos del susodicho en un dvd maravilloso que lleva el original nombre de “The short films of David Lynch”.  Ahí se intercalan los cortos con pequeñas intervenciones de Lynch detallando, cigarrillo en mano, algo del proceso de cada uno y su concepción. Aquí lo importante: cuando le preguntan sobre “The grandmother” Lynch pierde las palabras, queda mudo por un largo minuto que gracias al divino señor no recortan los realizadores. Es el mejor silencio, sin duda, de quien no puede narrar su “trauma” y, ante la insignificancia que supone el lenguaje (o del alfabeto, como ya expresó en un corto anterior) se decide más bien por las imágenes. Imágenes silenciosas, completamente expresivas desde eso negro de donde salen.

Cada infancia tiene su rincón oscuro, su desolación y festividad. Sin David Lynch ser una coleccionista de hormigas y demás insectos sería una actividad vana; llevar las picaduras en el cuerpo supondría una simple fiebre sin cura ni remisión, y los padres, mis padres, todavía tan absurdamente queridos…. 




 













p.r

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